Cuando el barro habla

 

ANA JIMÉNEZ DÍAZ

 
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Introducción

 
Constantemente oímos frases como: «¡Qué bien dibuja este niño! ¡Qué arte tiene!», aunque sea un dibujo normal y corriente, o «¡Que arte este niño con el cante o con el baile!». Y no digo nada si vives en Andalucía, allí ven el arte en las esquinas y en el aire. Usamos la palabra con mucha ligereza.
 
Sin embargo un día hablando con una persona que enseña a los niños en la Escuela Dominical a través de Godly Play me comentaba lo difícil que es hoy día que los niños saquen su lado más artístico: «Cogen papel y lápices de colores y me preguntan qué deben dibujar porque no se les ocurre nada. Lo mismo si cogen plastilina, me preguntan qué hacer. Les doy un instrumento de música y lo aporrean. Les pongo las figuritas de un belén y el burro acaba comiéndose al niño, y la vaca corneando a Maria y José…. Es que los niños de hoy día ¿no tienen sentido del arte?»
 
Pues no lo sé, no soy ni pediatra, ni psicóloga, ni educadora… pero intentaré poner mi granito de arena por la parte que me toca: el arte.
 
Soy alfarera-ceramista, esa es mi profesión, aunque lo que realmente hago es jugar con los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego; y jugando con ellos consigo hacer obras que a la gente le parecen obras de arte. ¡Genial! Y es que hacer cerámica es eso: jugar con los elementos primigenios. Pero esto no es algo original mío. Esto ya lo hizo Dios en Génesis.
 
Por cierto, el trabajo de creación que Dios realizó en los cinco primeros días fue un trabajo más bien intelectual, y de forma espontánea: «Dijo Dios: sea la luz… haya expansión… júntense las aguas… produzca la tierra… llénense las aguas…» Pero en el sexto día, Dios realizó un trabajo manual. Permitidme este antropomorfismo con relación a Dios. Nos dice el relato en Gn.2:7: «Dios tomó polvo de la tierra«, mezcló con agua para hacer una masa y metiendo las manos en la masa tomó su tiempo para «formar al hombre». Esta palabra en hebreo es יצר (yâtsar = moldear, tornear, lo que hace el alfarero al torno). Por último, le insufló «aliento» de vida (נשׁמה, neshâmâh = soplo, aire, vendaval). Dios también jugó con los elementos primigenios el sexto día para moldear al hombre.
 
Voy a intentar a modo de metáfora un paralelismo entre el proceso de trabajar el barro llevando como hilo conductor los cuatro elementos primigenios, y el proceso creativo en el niño.
 
 

1. TIERRA > Quebrantar: romper la tierra

 

Barreros_2

Barreros


 

(a) Proceso de extracción de la arcilla

El primer paso para hacer barro es ir a la cantera a buscarlo. No sirve cualquier montaña de barro, hay tierras que no sirven para ser moldeadas, no son plásticas. Los alfareros de antaño conocían los lugares de buenas tierras que se llaman barreros y que pasaban de boca en boca y de generación en generación. Pero cuando es necesario buscar un yacimiento nuevo se utiliza un método muy científico: el método del hormiguero; las hormigas sacan la tierra y así el alfarero puede ver si es buena arcilla para moldear.
 
De cualquier forma, para obtener buenas tierras, hay que ir a los barreros con pico y pala, quitar la primera capa de hierbajos y piedras y luego romper la tierra en terrones y así transportarla hasta el taller. Una vez en el taller hay que moler los terrones en un molino de bolas hasta reducirlos a trocitos pequeños, casi polvo.
 

(b) Proceso en el niño

Antes de nada, debemos diferenciar tres conceptos que constantemente vamos a mencionar:

  • El hombre nace con capacidades por el hecho de ser persona: capacidad de andar, saltar, comer, dormir… y capacidades intelectuales de hablar, de pensar, de inventar, de estudiar… y entre ellas la capacidad de crear – capacidad creativa – por el mero hecho de haber sido creado a imagen de Dios. Por lo tanto, todos, aún las personas con discapacidad, en un grado mínimo somos creativos. (La única excepción sería nacer sin cerebro o tener el cerebro muerto, en coma.)
  • Habilidad o destreza: se va adquiriendo a través de la enseñanza (reglada y no reglada) y se desarrolla con la práctica.
  • Don: es la capacidad que Dios otorga de manera espontánea e incluso sobrenatural, para desarrollar un ministerio concreto.

 
Partimos por tanto, de un principio: Toda persona nace con capacidad creativa, y a través de la educación y la enseñanza hacemos que el niño desarrolle esa creatividad. De las primeras cosas que aprende en el área creativa es el lenguaje. Le enseñamos a hablar y él aprende por imitación. Y prácticamente al mismo tiempo, desde que nace, le damos juguetes muy sofisticados con los que únicamente aprende a apretar un botón, pero aún así está aprendiendo el proceso de acción-reacción. En esta etapa su creatividad es prácticamente nula, está aletargada y si seguimos dándole juguetes que no requieran mas que apretar un botón, poca creatividad vamos a desarrollar en él.
 
Pero como estamos muy concienciados con esto de la creatividad y, si no, la televisión y los psicólogos nos lo recuerdan, llega un momento en que comenzamos a dar al niño juegos para desarrollar su creatividad. Le compramos pinturas y le mostramos cómo hay que quitar el capuchón a un rotulador, o cómo añadir agua y utilizar un pincel, como coger las tijeras, o el lápiz… ¡y eso está genial! Viene la segunda parte: le dejamos que pinte lo que quiera en un papel – ¡también genial! – y entonces el niño solo hace círculos o rayajos, y si le damos masa para modelar solo hace bolitas y churros, muchos churros. Y aquí viene nuestro primer error: le guiamos a que haga líneas y figuras esquemáticas, en vez de muchos círculos sin parar, le enseñamos a que haga una línea curva y sea capaz de cerrarla aunque no sea un circulo perfecto. Y luego líneas que se cierren en un triángulo, luego en un cuadrado. Luego que al circulo le añada un palito y decimos que eso es un árbol… Con la masa es aún más difícil por lo que le modelamos nosotros las figuras directamente.
 
Todo genial desde nuestro punto de vista, le obligamos a que haga cosas que a nosotros nos parece que es lo que debe hacer un niño en vez de dejarle que siga en su primera etapa: círculos sin ton ni son y rayajos y bolitas y churros. Es como darle los terrones y decirle que haga cerámica. Hay primero un proceso. La primera etapa en la creatividad de un niño empieza en su mente: los rayajos y círculos sin ton ni son, así como las bolitas, son la forma en que él experimenta cómo funcionan los lápices, los colores, el barro, las masas… Para el niño esas rayas y círculos y esas bolitas y churros son cosas y, si no, preguntadle. La primera fase, por tanto, es sumamente creativa pero no tiene por qué corresponderse lo que ve, con lo que imagina y con lo que resulta.
 

Estoesuncaballo

«Esto es un caballo», dijo mi hijo, Asiel, con apenas 3 años


 
Es una primera fase que debemos dejar que el niño desarrolle sin dirigirlo, solo preguntar, como mucho, ¿qué es? Es una fase preeminentemente intuitiva (crear en la mente).
 
La segunda fase vendrá tiempo después. Importante: cuando el niño nos lo demande, «Enséñame a hacer un árbol», «¿Cómo se hace una oveja?», «Dibújame un barco», «Quiero hacer una casa»…, entonces es el momento de enseñar al niño a cerrar círculos, a hacer cuadrados y rectángulos y triángulos, a añadirle palitos… En esta segunda fase el niño gana en precisión, está aprendiendo a coordinar su mente con sus manos. Estará en esta etapa días y días hasta que le salgan lo más parecidos a los nuestros. Está aprendiendo los primeros pasos de la creatividad, nosotros le estamos enseñando el proceso de asimilación, y su respuesta, en un principio, es lo más parecido a nuestro dibujo: lo ha imitado. Lo mismo hacemos si le damos módulos de madera de una construcción o un trozo de arcilla o pasta de modelar. El niño adopta los principios de la creatividad por imitación. Lo mismo que hacemos cuando le enseñamos a hablar o a leer y escribir, la creatividad también tiene una fase de enseñar los principios creativos. El segundo proceso es, por tanto: observación-imitación
 
Repito: si ponemos a su alcance solo juegos demasiado sofisticados, aprenderá solo a apretar botones. Es como saltarnos al último paso y darle al niño un jarrón de cerámica y decirle que haga cerámica. ¿Qué cerámica va a hacer si ya se la hemos dado hecha nosotros? Por lo tanto, con la educación y a través de la enseñanza nosotros podemos potenciar o coaccionar esa capacidad. Podemos enseñarle cómo funcionan las cosas enseñándole los rudimentos de habilidades o simplemente enseñarle a apretar botones.
 
Principio: como educadores podemos potenciar o ahogar la creatividad de un niño.
 
 

2. AGUA > Transformar: de polvo a masa modelable añadiendo agua

 

(a) Proceso de transformación de la arcilla

Polvo de arcilla + agua = barro. A la arcilla hecha polvo hay que añadirle agua para que se convierta en barro.
 
Muchos alfareros no disponen de un molino para reducir los terrones de arcilla a polvo junto con pequeñas piedrecillas y arbustos, entonces lo que hacen es meter los terrones en unas balsas o pequeños estanques con agua donde la arcilla se satura y disuelve haciéndose lodo. Uno de los objetivos de este proceso es que el agua actúe como un limpiador: el agua hace que las impurezas como ramas, hojas y raíces floten y suban a la superficie. El alfarero cada día abre unas compuertas y deja que ese agua superficial y que sobra vaya saliendo. Cada cierto tiempo se mueve la mezcla para que afloren más impurezas. Finalmente y por un proceso de evaporación el agua disminuye hasta que obtenemos una masa pastosa para continuar al paso siguiente.
 

BalsaAlfarería

Balsa en una alfarería


 
Es importante resaltar que en todo este proceso no hemos alterado la composición química de la arcilla pues hemos añadido más agua, que ya tenía. Pero lo interesante es que hemos transformado la materia en su comportamiento físico: de ser un polvo ahora es una masa con la propiedad de la plasticidad, es decir, de ser modelable (la propiedad que tiene un cuerpo por la cual, al aplicarle una fuerza, se deforma y esa deformación es permanente aún cuando deje de ejercerse).
 

(b) Proceso en el niño

Habíamos dejado al niño en la etapa anterior aprendiendo los rudimentos de habilidades o destrezas: a manejar los lápices, los rotuladores, sabe cómo funcionan los encajes o las construcciones, y cómo se comportan materiales como la plastilina, la arcilla o cualquier otra pasta moldeable y además coordina sus manos. Entonces llega un momento en la madurez del niño en que deja de imitar lo que el adulto le enseña, para ser capaz de hacer algo nuevo por sí mismo de forma muy tímida y progresiva. Comienza a experimentar. Este proceso sería: observación-asimilación-respuesta experimental.
 
Toda la información que le llega por sus sentidos en forma de bloques como de arcilla ya ha procesado en su mente: ha desmenuzado los terrones en polvo. Ahora es el momento de añadir agua para que sea moldeable y dar una respuesta elaborada, es decir, diferente a la recibida: la arcilla convertida en barro. En la practica sería cuando el niño sin nuestra guía es capaz de dibujar o de elaborar lo que él cree que es un árbol, una casa, una nube, el sol… Nos podemos sorprender de lo que el niño hace en esta etapa porque ya no es igual a los nuestros, él va a elegir qué utilizar entre lo que tiene a su alcance y ha asimilado y ahora comienza a jugar, a experimentar:
 
Por ejemplo, es normal que un niño le ponga ojos al sol, sabe lo que es un sol y sabe lo que son ojos y hace la mezcla, y lo identifica como un personaje, a ver qué pasa. O que haga un gato de arcilla y le ponga seis patas y cuernos, o pinte una vaca de color violeta y el sol verde… Las alteraciones de la realidad indican el proceso de asimilación-abstracción. El niño interpreta por sí mismo lo que ve y reproduce lo que imagina o simplemente espera nuestro veredicto: quiere probar hasta dónde sus sentidos no le engañan y hasta donde nosotros aceptamos su creatividad.
 
Pero nosotros lo que hacemos entonces es coartar su creatividad diciendo: «Eso no es así». ¡Error! El niño no es tonto, no le falla la vista, ya lo sabe, solo quiere probarnos y probar los límites de la realidad. Y si somos demasiado enfáticos rompiendo sus dibujos o haciendo que le quite las dos patas y los cuernos al gato que le sobran, le estamos coartando su creatividad.
 
O puede que un personaje solo tenga cabeza con ojos y boca, sin cuerpo ni extremidades. Para el niño la esencia de una persona es la cabeza y sus facciones. Lo que están haciendo es ahorrar elementos superfluos como las culturas prehistóricas. Luego pasará otra etapa en que le irá poniendo un pequeño cuerpo, que no será más que una línea, y brazos y piernas muy largos… Debemos dejar que pase por todas estas etapas especialmente en la formación de la figura humana. Esto es un ejercicio increíble de abstracción-esquematización, que cuando somos adultos nos cuesta un montón.
 
El tamaño sirve para indicar categoría e igualmente el lugar en el plano del papel donde coloque los personajes y objetos indicará la importancia que tienen para él en ese momento.
 
Otra curiosidad serán las repeticiones y las ausencias, es tan importante lo que se dibuja como lo que no. Si un niño siempre dibuja paisajes sin sol puede ser síntoma de una vida triste, si una niña dibuja princesas está en la época de afianzar su feminidad, lo mismo que el niño que dibuja guerreros, su masculinidad. Si no pone rasgos a las caras son síntoma de que esconde algo… pero bueno, esto es más labor de los psicólogos y muchas veces las interpretaciones de los adultos pueden resultar erróneas. Los niños suelen tener motivaciones que alteran radicalmente los principios teóricos. Lo hacen simplemente para observar las variantes y experimentar hasta donde llegan las posibilidades.
 
Otro ingrediente que nos da información sobre el proceso de madurez del niño es el color. Los niños prefieren los colores primigenios: el rojo, el azul, el amarillo y el negro, y luego pasan a colores compuestos. Hay toda una teoría que el gran pintor abstracto Vasili Kandinsky estructuró en cuanto al color y las motivaciones al usar uno u otro, pero en los niños esto puede estar alterado. No debemos obsesionarnos si un niño solo utiliza unos colores, son etapas y utiliza lo que va comprendiendo a base de práctica. Por eso puede estar días, semanas o meses con un solo color; está experimentando hasta donde llegan las posibilidades de ese color. Ellos tienen motivaciones muy personales que incluso pueden llevarles a prescindir de los colores. Hay niños, como mi hijo pequeño Asiel, que llegó un momento en que prescindió totalmente de los colores, no coloreaba nada, solo dibujaba y no es que no supiera utilizarlos porque tenemos dibujos anteriores supercoloridos. Pero llegó un día en que ni la profesora ni yo, éramos capaces de que coloreara lo que dibujaba. Simplemente le interesaba más la narración; él contaba historias con los dibujos y la línea le bastaba. Siempre hacía como pequeñas tiras de cómic en los que destacaban guerreros y caballos y algún que otro castillo y dragón. Con 16 años sigue igual, dibujando los mismos temas, solo que ahora además del lápiz utiliza la tinta y el carbón.
 

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Dibujo de mi hijo, Asiel, con 4 años


 
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Dibujos de Asiel con 15 años

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Y por último hay niños con cosas curiosas sin explicación aparente. Mi hijo mediano, con tres o cuatro años, dibujaba las casas en planta, como en un plano, viéndose las estancias e incluso con mobiliario dentro. Cuando su profesora de infantil le dijo que las casas tenían tejado y que él tenia que dibujarlas con tejado, entonces Izhar comenzó a hacer las casas en alzado, es decir, con un corte para que se vieran las habitaciones por dentro con infinidad de detalles. La profesora alucinaba pensando que el niño era un superdotado, pero la explicación era muy sencilla: aparte de que Izhar tiene un sentido de la espacialidad increíble, cada tarde hacíamos los deberes en la mesa del salón mi hija mayor a un lado, Izhar enfrente de mí y yo con mis deberes también (pues en aquel tiempo estaba haciendo mis estudios de arquitectura y diseño de interiores), el niño simplemente hacía lo que veía en mis láminas de dibujo. El niño imitaba las casas de mamá. Ah, pero siempre dibujaba un gato a la puerta. Pero nosotros nunca tuvimos gato… Eso nunca supimos por qué lo hacía.
 
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Dibujo hecho por Izhar con 4 años


 
Principio: los niños son un mundo sorprendente. No se adecuan a las normas establecidas por los adultos sobre creatividad.
 
 

3. AIRE > Modelar: de masa informe (plástica) a forma definida

 
El siguiente proceso para un alfarero consiste en la creación propiamente dicha que vamos a dividir en dos pasos: una preparación que será el amasado y la creación o modelado de la pieza en sí.
 

(a) Proceso de amasado-modelado:

 

Amasado

Habíamos dejado nuestra masa formada de arcilla saturada de agua ligeramente desecada en las balsas. De allí se saca con palas a un espacio enlosado que el alfarero llama la torta donde el aire y el sol acaba de evaporar el agua restante. Y allí mismo, en la torta, se comienza el amasado mediante el pisado de dicha masa (lo mismo que hacen los vendimiadores con las uvas).
 

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Pisado del barro


 
Luego se llevan trozos de esta masa a una mesa de piedra que suele estar ya dentro de la alfarería donde se realiza otro amasado, esta vez de forma manual cogiendo trozos de la masa y golpeándola contra la mesa para que salgan las burbujas de aire. Este paso puede parecer muy obvio, pero es de gran importancia porque una burbuja de aire te puede distorsionar el modelado posterior y sobretodo estallar en el horno. Cuando el alfarero piensa que la masa está bien amasada se hacen pellas o bolos que son montoncitos en forma de cono truncado para el siguiente paso que será el modelado propiamente dicho.
 

Modelado

Hasta este momento lo que hemos hecho no ha sido más que preparar la materia prima. Cosa que hoy en día no es más que ir al almacén de cerámica y comprar la arcilla ya preparada en pellas. Pasamos, entonces, al proceso más creativo: el modelado o formación de la pieza en sí donde vamos a diferenciar tres procedimientos o formas diferentes de modelar una pieza:
 

(i) Por adición

Como su palabra indica, es formar una pieza a base de ir añadiendo módulos o trozos de arcilla. Es la técnica que se usaba en la Antigüedad cuando no existía el torno de alfarero y las vasijas se hacían a base de añadir churros de barro que se alisaban por el interior y exterior. El proceso es lento porque cada vez que se añade un churro hay que esperar a que seque un poco y coja consistencia, para que pueda admitir el siguiente trozo o churro. Lo más importante por tanto, es controlar el secado del churro anterior para que no esté demasiado seco y ya no admita el barro nuevo blando. Constantemente tienes que parar, observar y esperar hasta que intuyes que se puede añadir el siguiente trozo de arcilla.
 
Son como silencios, momentos de inactividad manual donde hay que retirarse y ver la pieza que estas elaborando desde la perspectiva. A veces incluso, los silencios pueden durar hasta el día siguiente tapando la pieza para que no seque demasiado pero para que haya cogido una consistencia, que llamamos «dureza de cuero» que admita el paleteo o el alisado de la pieza.
 
También es importante controlar la forma de la pieza y saber hasta cuando debes añadir un trozo más o un churro más para que esté completo sin que sea demasiado peso y se caiga la pieza o se deforme y no sea lo que tú quieres.
 
Esta técnica es muy adecuada para la escultura pues nos permite hacer piezas muy grandes.
 

(ii) Por sustracción

Es el proceso totalmente contrario: partiendo de un bloque de arcilla se va quitando masa hasta quedar libre la pieza que queremos. Como decía el genial Miguel Ángel, «rescatar la figura que ya estaba en el trozo de piedra». Es el mismo trabajo que la talla en cantería o en madera. Se utiliza para los relieves especialmente. Lo importante en este proceso es saber hasta cuándo tienes que quitar para que la pieza quede estilizada pero no se rompa y conlleva la misma técnica de parar-observar.
 

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Proceso de creación de una pieza por sustracción

ProcesoSustracción_2

ProcesoSustracción_3

ProcesoSustracción_4
 

(iii) Modelado a torno

Supone la forma más conocida y típica de modelado del barro: lo que conocemos como trabajo del alfarero. El uso del torno está documentado ya en el IV milenio a.C. en el área Mesopotámica desde donde se extendió por todo el Mediterráneo gracias a los fenicios y griegos entre los siglos VIII a VI a.C.
 
Como herramienta su función es muy sencilla, son dos ruedas que giran sobre un mismo eje: una de ellas es muy grande movida por el impulso de los pies, y la otra en la parte de arriba que es de menos diámetro y sirve para poner la pella de barro y moldearla aprovechando la fuerza que le transmite la rueda inferior y que resulta multiplicada.
 
El alfarero tiene que contrarrestar dos fuerzas: la fuerza centrífuga que lleva el barro hacia afuera y la fuerza de la gravedad que lo lleva hacia abajo: para hacer una vasija el alfarero tiene que tirar del barro hacia arriba y hacia adentro. Para hacer un plato sin embargo las fuerzas ayudan. Por eso lo primero que se enseña en el manejo del modelado es hacer platos o ceniceros, y lo más difícil, vasijas de panza ancha y cuello estrecho y alto.
 
La destreza de un alfarero se mide precisamente por sus piezas si son estilizadas de cuellos muy finos y largos o tensiones de volumen muy acusados. Se lleva la técnica al límite. Hacer un botijo es lo más difícil aunque os parezca mentira… ¡y hacer un botijo que funcione mucho más difícil! Se necesita conocer una ecuación que dos estudiantes (Gabriel Pinto y José Ignacio Zubizarreta) de ingeniería industrial de la Politécnica de Madrid formularon en 1995. La ecuación del botijo:
 
EcuaciónBotijo_1

EcuaciónBotijo_2
 
EcuaciónBotijo_3
 
Por supuesto, un buen alfarero conoce el principio de esta ecuación aun sin saber matemáticas, ni física ni química. Lo ha aprendido por el método prueba-error, o lo que es más fácil aún, por imitación: lo que hacían sus padres y abuelos y funcionaba. Aplica la ecuación por instinto, aún sin conocerla.
 
El modelado en el torno implica las dos técnicas de adición y sustracción en el mismo proceso: subo el barro, abro el interior, le doy forma, le quito lo que sobre con una rasqueta y aun si me queda mucho barro en la base, lo quito con una caña. Y si aún me parece que tiene mucho barro, lo doy la vuelta al cabo de unas horas y le retorneo la base y todo el perfil. Y si me apetece le quito más masa con perforaciones para que quede una pieza más ligera aún.
 
Este proceso me ha llevado a que una masa informe ahora tenga forma definida o al menos, una forma intencional. El proceso acaba con el secado, la evaporación del agua que en el proceso anterior añadimos, ahora y por la acción del aire y el sol se endurece volviendo a su estado de polvo pero ahora compactado en figura. En este proceso el barro siempre es reversible, es decir, si no me gusta lo rompo lo vuelvo a meter en agua y vuelvo a tener masa para moldear de nuevo. Jeremias 18:2-6 » …y la vasija de barro que estaba haciendo se echó a perder en la mano del alfarero, así que volvió a hacer de ella otra vasija, según le pareció mejor al alfarero hacerla… he aquí como barro en manos del alfarero así sois vosotros en mi mano».
 

(b) Proceso en el niño

Hemos dicho que el niño nace con una capacidad creativa que posteriormente se modifica con la educación, lo cual deriva en la respuesta que el niño da: primero por imitación, luego por experimentación y por último un proceso creativo maduro y consciente. Este tercer paso en el manejo de la arcilla que es propiamente la creación a través del moldeo va a tener su paralelo en el proceso creativo del niño traducido en un proceso mucho más complejo que el anterior: observación-asimilación-respuesta creativa.
 
Uno de los principios que he aprendido en mi experiencia es que, además de enseñar a hacer cerámica, puedo enseñar otros valores que van adheridos a cualquier trabajo manual: esfuerzo, perseverancia, paciencia, tenacidad, voluntad, gusto por lo bello, crítica constructiva, dominio propio… Son parte de los valores que, como cristianos, debemos fomentar. Son, además, ingredientes indispensables en cualquier trabajo. Trabajando codo a codo con alguien es como llegas a conocerle.
 
Lo que pretendo es utilizar la creatividad que me brinda la cerámica para desarrollar hábitos saludables de comportamiento y valores cristianos que nos ayudan en la vida cotidiana, del día a día. A lo largo de los años y tanto con niños como con adultos he aprendido algunas de las lecciones que os quiero compartir a propósito de este proceso creativo maduro.
 

Lecciones:

 

Principio 1: Dar oportunidad a la creatividad (sin ser invasivos)

Vuelvo a reiterar que el gran problema de la enseñanza en el área de la creatividad es que muchas veces somos demasiado invasivos. La enseñanza debe ser guiada, dirigida, pero en ningún momento directiva. La tensión entre estos dos extremos es palpable: ¿hasta cuándo dirigir al niño para que aprenda y dejarle su libertad expresiva? A veces la línea es muy fina y no es algo fácil.
 
Como profesora de cerámica, yo era superdirectiva: algunas veces cuando los alumnos se habían ido del taller, me quedaba horas retocando sus trabajos porque me parecía que estaban mal (según los parámetros de la técnica y el estilismo). ¡Me daba tanta pena que quería ayudarles! Y sí, les ayudaba a hacer la obra que yo quería, no su obra. Hasta que tuve la experiencia de trabajar con niños con discapacidad mental y motora. Entonces aprendí una lección que cambió mi perspectiva en la enseñanza. Recuerdo un niño que tenía una discapacidad intelectual y motora severa. Estaba reclinado en su silla de ruedas con la cabeza muy baja, casi pegada al pecho, los ojos casi cerrados y las manos con los dedos deformados hacia adentro. Le llamaremos Miguel*. Miguel era un niño que solo podía hacer bolitas de barro porque no podía estirar los dedos. Le poníamos un trocito de barro entre las manos y con mucha dificultad hacía la bolita. En una mañana podía hacer tres o, como mucho, cuatro bolitas.
 

Manossucios

Manos sucias


 
Luego había otra niña, a la que llamaré María. El primer día que llegué con mis nervios y sin saber bien lo que allí me iba a encontrar, María me ofreció un café. Yo le dije que lo quería solo y con mucha azúcar. Ella corrió a la cocina y me lo trajo en pocos minutos. Era supereficiente. Cada día cuando María me veía llegar al aparcamiento del cole, corría a preparar mi café, un café con tanto azúcar que casi se sostenía de pie la cuchara, pero yo me lo tomaba cada mañana. María es una niño con un síndrome de Down muy leve y que tenía fobia al barro porque le daba asco ensuciarse las manos y las uñas. Pero charlaba toda la mañana. El último día de mi trabajo ella fue la encargada de hacerme un regalito y un pequeño discurso que había preparado donde me daba las gracias por mi ayuda al taller. Entre todos los halagos dijo: «Gracias…» por la cantidad de piezas que yo les había enseñado a hacer, y porque Miguel había aprendido a hacer bolitas de barro perfectas y porque todos, monitores y niños, incluyéndose ella, habíamos hecho mucha cerámica. Pero María jamás tocó el barro y cuando terminó su charla así se lo dije. Entonces ella me contestó: «Sí pero yo te he traído todos los días tu café con mucha azúcar para que tú pudieras hacer mucha cerámica.»
 
Pues sí aprendí que se puede hacer cerámica sin tocar el barro. María lo hizo. Ella se sentía parte del equipo, lo mismo que Miguel que nos hacía las bolitas más perfectas del mundo… María me enseñó a valorar la capacidad de cada persona. Se puede hacer mucho con muy poco. Para Miguel hacer una bolita era lo mismo que para mí hacer un botijo; las dos piezas son perfectas, de 10.
 
Principio: Cada persona tiene su nivel de capacidad creativa y todas son válidas por igual.
 

Principio 2: Todo trabajo requiere excelencia

A veces nos encontramos con niños que son muy perfeccionistas y que sufren porque no ven nunca terminado su dibujo o su obra. En este sentido el barro es muy bueno porque aguanta las manos hasta cierto punto; si lo manoseas pierde agua, se cierra el poro y no admite ya agua nuevamente. Este fue mi problema por mucho tiempo. Por eso siempre trabajo con fecha de entrega. Sin embargo, estos niños no son la regla, sino la excepción. Normalmente los niños son vaguetes por naturaleza porque la holgazanería y la necedad son un pecado y todos tendemos en nuestra carne al mal, no hace falta enseñarles a vaguear, pero sí a trabajar.
 
Otros niños son sumamente pacientes y cuando algo se estropea o se les rompe, vuelven a intentarlo. ¡No os podéis hacer una idea de las piezas que se rompen! Ya no es que tú tengas cuidado es que un mal aire o un rayo más de sol te puede estropear el trabajo de días. En especial el horno: tan solo una burbuja de aire te puede estropear el trabajo de meses. En esos momentos tienes que ejercer paciencia, templanza, dominio propio y… todo lo que os venga a la mente. Pues bien, hay niños que no se enfadan y vuelven una y otra vez a hacer su trabajo.
 
Pero la mayoría de los niños, por desgracia, suelen ser todo lo contrario: niños que no quieren hacer nada o que se conforman con chapuzas para salir del paso. Niños muy inquietos que quieren tener las cosas inmediatas y con el mínimo esfuerzo. A ellos tenemos que inculcarles el valor de un trabajo bien hecho, y sobretodo la recompensa personal de un trabajo acabado con excelencia.
 
A los niños debemos recordarles de vez en cuando el privilegio que tienen de tener a disposición pinturas, tijeras, papeles, mesas, sillas… un sinfín de cosas que muchos niños no tienen y que nos facilitan el trabajo y no tenemos excusas para no hacer algo con excelencia. O incluso la bendición de tener salud y capacidades que otros niños no tienen o las tienen mermadas. Una cosa es dar oportunidad a la creatividad, y otra hacer un trabajo chapuza para cumplir un requisito y salir del paso.
 
En relación a esto puedo contaros la experiencia con un niño. Pedro es un niño parapléjico de nacimiento que nos vino una vez a un campamento. Ese año yo había llevado el torno y todos los niños hicieron algunas piezas como vasos, platos o ceniceros con bastante autonomía. Pedro tiene las manos muy deformadas por su parálisis y él es muy consciente de su discapacidad, así que cuando yo estaba con los demás niños, él solo miraba. Se pasaba horas viendo cómo nosotros disfrutábamos la experiencia del torno; hasta que una tarde, cuando ya iba a limpiar el torno, le dije: «Pedro, ¿quieres probar?» No os podéis imaginar su expresión; pocas veces he visto la ilusión tan palpable en un rostro. Se le iluminó la cara y dijo: «Sí» y luego un «¿Puedo?». «¡Mi ma!», como dicen los gallegos, en ese momento me di cuenta del lío en que me había metido. Le sentamos en mi silla del torno con mucha dificultad porque sus piernas son rígidas y yo me puse en el lado contrario, en el motor del torno y comenzamos. Era dificilísimo porque Pedro, sin querer, estropeaba la pella con sus dedos deformados y agarrotados. Cada día pasaba dos horas en su silla mirando mientras los otros niños hacían sus piezas y después nos quedábamos los dos solos, estropeando barro. ¡Bueno, aquel barro el último día nos sirvió para hacer una pelea de barro espachurrado muy divertida! Al cabo de diez días, Pedro consiguió hacer los mejores platos y cuencos del campamento. Cuando vinieron a recogerle los padres, no se podían creer que aquellas piezas las hubiera hecho su hijo.
 
Para mí y para todos los monitores del campamento, Pedro fue un reto y toda una lección de perseverancia, esfuerzo e ilusión por algo. Porque no solo consiguió hacer barro en el torno, sino utilizar cuchillo y tenedor por sí mismo, escribir, utilizar el ordenador… cosas que jamás había hecho. Cogió una habilidad tremenda en sus manos.
 
Lección: La creatividad no es una ciencia infusa, requiere esfuerzo. Me siento muy identificada con la frase que dijo Picasso: «No creo en las musas… pero si llegan, que me pillen trabajando».
 

Principio 3: Dominar la materia te hace artesano, no artista

Hacer barro es algo muy instintivo: cuando el niño ve la mezcla de agua y tierra instintivamente se pone a chapotear sea un charco, en la arena de la playa o en el cole. Debe ser por la impronta que tiene de haber sido hecho del polvo de la tierra. En principio, no tiene ninguna intención de crear, sino más bien de jugar, hasta que descubre la posibilidad que le ofrece aquella masa plástica: hacer figuras que se mantienen. Tanto las técnicas de conformación por adición, como por sustracción son innatas a la capacidad creativa (por ejemplo, hacer montañas en la arena y luego túneles).
 
A simple vista, el trabajo de tornear es muy fácil: cuando ves al alfarero que domina el barro de una forma increíble, hacia arriba, hacia abajo, hacia afuera, hacia adentro… parece, incluso, divertido. Pero no lo es en absoluto. Es una destreza que combina las dos técnicas de adición y sustracción que se aprende con mucho esfuerzo y se perfecciona con mucho tiempo. Y cuando lo dominas deja de ser divertido porque entonces es tu trabajo. ¡Eso por supuesto si lo que pretendes es dominar el barro y el torno y no que el torno te domine a ti!
 

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Jugando con el torno

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Por lo tanto, cuando doy un curso, no enseño a moldear al torno sino en el último trimestre de un curso. Es decir, unos seis meses después de tener contacto y hacer cerámica con otras técnicas para conocer la materia y las herramientas. Pero cuando no es más que un campamento de 15 días o un taller de una semana o de apenas dos días, me atrevo a llevar el torno porque lo que hago es jugar con el barro en el torno. Aunque os parezca una cosa tan simple, esto tampoco fue algo que se me ocurrió de inmediato. Yo jamás me atrevería a llevar el torno a un taller de dos días si no fuera por experiencias que he tenido: Cuando tengo ante mí un grupo de alumnos que quieren tener la experiencia del torno, lo primero que hago es centrar la pella en el plato del torno e invito a uno de ellos a que me acompañe. Le digo que ponga sus manos sobre las mías y que sienta el movimiento. Por supuesto, esto es algo totalmente dirigido: hacemos una pieza más o menos dependiendo de la habilidad de la persona y de su voluntad de dejarse llevar. Le hago ver que esa pieza la he hecho yo. Esto lo hago para que vea que es posible hacer algo sin frustrarse demasiado. Para que coja «el gusanillo del torno».
 
Entonces como ha visto el vaso o el tazón o el jarrón que hemos hecho y le ha parecido fácil, siempre me dice que ahora le deje solo. Y así lo hago. Centro una pella (que es algo bastante difícil) y le dejo solo.
 
Esto no lo habría hecho jamás, por mi educación de hacer las cosas perfectas, sino a raíz de una experiencia bastante impactante: Estábamos, mi marido y yo, impartiendo unas jornadas para una ONG que trabaja en los hospitales con niños de larga estancia hospitalaria o con enfermedades terminales, y sus familias. En el tiempo de taller todos los participantes venían conmigo un ratito al torno y hacíamos pequeñas piezas con mi ayuda. Nunca hasta ese momento me había encontrado a alguien tan incapaz de hacer nada como Oscar. Oscar tenía como 8 añitos y cada vez que ponía las manos en el barro, se desequilibraba la pella centrada. Yo me empeñaba en que hiciéramos alguna pieza, aunque fuera solo un plato, pues el resto de niños y mayores, lo habían hecho y yo me sentía mal por él. Pero Oscar una y otra vez destrozaba el barro sin conseguir nada. No hablaba pero yo le veía cargado de ira por la vena que se le hinchaba en el cuello. Realmente maltrataba el barro y yo no conseguía contrarrestar su fuerza y la del torno para subir el barro. He aprendido a descubrir el carácter de las personas y los estados de ánimo a través de trabajar en el torno con las personas porque el ser humano está diseñado para plasmar lo que es y lo que siente a través de sus manos. Las manos son la prolongación de nuestro ser. Pero aquello era un poco desesperante. Oscar literalmente maltrataba el barro, le daba puñetazos, lo estrangulaba, y yo veía su enfado cada vez mayor. Hasta que se me ocurrió decirle: «Vale, no vamos a hacer nada. Juega con el barro y el torno». Y así lo hacía. Cada vez que se quedaba sin barro porque lo destrozaba yo le daba otra pella, y otra, y otra. Una vez incluso dio un manotazo y la pella salió disparada como un proyectil y ¡paff! se estampó contra la pared del jardín. Él se asustó, me miró y podía ver en sus ojos una especie de miedo y, a la vez, de incertidumbre. Creía que yo le iba a regañar. Pero a mí me entró la risa viendo como aquella masa de barro se escurría por la pared blanca inmaculada y dije: «¡Mira, parecen mocos escurriéndose!» Oscar cambió totalmente de cara, comenzó a sonreír tímidamente y cuando me vio que a mí me había entrado un ataque de risa, él comenzó a reír abiertamente. Era tanto el escándalo que armábamos que vinieron corriendo montón de personas, entre ellos sus padres, pensando que algo había ocurrido. Entonces Oscar, entre risas, comenzó a hablar. Después de casi un mes sin hablar, comenzó a decir: «Mira… ¡parece una caca de vaca escurriéndose!» Contagiamos la risa a todo el campamento y cada uno decía a cual burrada mayor. Oscar el primero.
 
Al día siguiente, Oscar le dijo a sus padres que no hablaba porque estaba enfadado con ellos y con Dios, con Dios porque le habían dicho que Dios se había llevado a su hermano mayor, Luís, y ya no podía jugar con él. Luís había muerto de leucemia un mes antes. Y con ellos porque habían permitido que Dios se lo llevara y por eso no les hablaba a ellos ni a nadie. Aquello le sirvió de catarsis y, desde entonces, Oscar volvió a hablar. Ya no estaba enfadado.
 
Desde entonces aprendí. Les centro la pella y les dejo a ellos solos sentir el barro bailar entre sus manos diminutas. Y que estropeen la pella y que se les escurra entre los dedos el barro. Se mueren de risa que se les estropee porque, ¿qué importa?, se tira al cubo de reciclaje. Están conociendo la materia, están jugando. Tenemos montones de pellas nuevas para poner en el torno y que se vuelvan a estropear. A veces alguna sale disparada contra la pared (o yo hago que salga disparada dándole una velocidad impresionante al torno a más de mil revoluciones por minuto) y entonces, después del susto, la risa es todavía mayor. Es como chapotear en los charcos y no hacer nada, o jugar con la arena a hacer castillos que el agua nos destruye una y otra vez.
 
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Disfrutando la experiencia de ser creativo

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Puede parecer una tontería o algo muy sencillo, pero a mi me costó muchísimo llegar a este punto en que tanto los niños como yo disfrutamos. El único problema es luego limpiar todo el barro espachurrado, pero aún la limpieza se convierte en un juego porque comenzamos a decir chorradas de lo que parece aquel barro espachurrado. Y lo curioso es que casi siempre hacemos algo con las pellas escurridas del cubo de reciclaje o las piezas espachurradas que nos salen en el torno. No conozco a nadie que sea tan negado, que no haya hecho nada en el torno; otra cosa es que se adecue a los parámetros que la sociedad de alfareros establece como «pieza hecha al torno».
 
Yo confundía ser artista con ser artesano. Estos niños probablemente jamás serán artesanos que necesiten dominar el barro y el torno. Solo quieren jugar y jugando es como consigo que sean artistas.
 
Lección: Disfrutar la experiencia de ser creativo.
 
 

4. FUEGO > Cocción: de barro a cerámica por la acción del fuego

 

(a) Proceso de cocción: la prueba definitiva del fuego

El trabajo de alfarero es minucioso y no se acaba hasta que la pieza no pasa por el fuego del horno. El horno es el primer elemento que evalúa el trabajo: bien hecho o mal hecho.
 
En el horno se produce una transformación final de barro a cerámica. La masa moldeada y secada al aire o al sol tiene la misma composición que al principio prácticamente pues es la arcilla a la que añadimos agua para poder moldearla y poco a poco le hemos quitado toda esa agua. Y por eso hasta este momento se puede volver a invertir el proceso y comenzar de nuevo. Sin embargo el horno, por la acción del calor, lo que va a hacer es cambiar esa composición: las altas temperaturas -entre 850º y 1050º C- hacen que la pieza pierda su agua de composición, no la que le añadimos en un momento dado, sino la que ya tenía en su composición primigenia: silicato alumínico hidratado. Así se producen reacciones químicas que alteran esta composición.
 
La diferencia es que ahora la pieza de arcilla se convierte en un producto distinto: en su dureza, en su porosidad y rigidez, se hace indeformable definitivamente. El choque puede ser brutal y en este proceso se pueden romper muchas piezas: una burbuja de aire que se convierte en una bomba y estalla, una pieza mal amasada donde una arruga se convierte en una superficie distinta que la impide unirse al resto, una pieza llevada al límite y que el fuego la deforma, una pieza mal colocada en el horno y que no se cuece bien, o que le da la llama del fuego demasiado directamente… y no os cuento nada si las hemos decorado con esmaltes lo cual supone añadirles otros productos químicos con lo cual el fuego provoca reacciones no deseadas o no esperadas como burbujear, craquelar, metalizar, provocar encogimientos o diferentes tensiones… y un sinfín más de defectos.
 

Horno

Horno en una alfarería


 
La ventaja, que a la vez es una desventaja, es que una pieza cocida no se puede invertir el proceso. Por mucha agua que ahora le echemos no se vuelve masa modelable.
 

(b) Proceso en el niño

Partimos del principio de que un niño siempre es modelable, siempre es enseñable. Un adulto debería serlo también. Pero puede llegar un momento en la vida humana en que el niño forja su propia identidad, su carácter y personalidad y se vuelve adulto fijando y archivando cosas buenas y cosas no tan buenas o incluso muy malas.
 
El proceso resultante es: observación-asimilación-respuesta-almacenaje.
 
No es el momento aquí de analizar las causas ni las consecuencias, pero la realidad nos muestra que hay niños que parecen pasados por fuego y nos resultan difíciles de manejar, nos frustran de tal manera que nos damos por vencidos y les catalogamos como «caso perdido». Suele ser esa terrible etapa que los psicólogos han llamado adolescencia. Bien, esta es la teoría.
 
A través de mi trabajo, he aprendido que cuando una pieza de barro está cocida y ha salido rota, o tiene algún defecto y que cualquier alfarero la tiraría a la basura (lo que ellos en su argot llaman la tejera, pues los trozos rotos se llaman tiestos o tejos). Isaías 30:14 «Su caída es como el romper de una vasija de alfarero, despedazada sin piedad; no se halla entre sus pedazos ni un tiesto para tomar fuego del hogar o para sacar agua de una cisterna». Es verdad que ya no puede volver a moldearse. Jeremías 19:11 «…romperás la vasija… de igual manera romperé yo a este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe una vasija de alfarero, que no se puede reparar más».
 
Pero entonces aún queda un recurso: la podemos romper aún más, triturar en trocitos, machacar en pequeños granitos como de arena y este polvo grueso me es muy útil para modificar la composición de un barro nuevo. Cuando tengo una masa de barro preparada con toda su plasticidad le añado un puñado de esta arenilla ya cocida que se llama chamota y lo que obtengo es una masa granulada, menos plástica, más difícil de amasar y sobretodo de modelar al torno porque te clavas los trocitos de chamota que giran a 1.000-1.200 revoluciones por minuto y te pueden hacer sangrar las manos. Pero una vez vuelta a modelar, secada y cocida esa pieza aguanta en el horno mucha más temperatura. La puedo cocer entre los 1.100º y 1.250º, lo cual supone una temperatura elevadísima para un barro normal (un barro normal a esa temperatura se haría un fluido) y eso se traduce en una dureza mucho mayor. Un barro que solo servía para hacer vasijas de decoración, ahora sirve para hacer cazuelas y bandejas de barro que se pueden poner a un fuego o a un horno o para uso del exterior, porque aguanta tanto el frío extremo de las heladas como el calor intenso del verano. He convertido un barro normal en un barro refractario.
 
Por supuesto, no podemos cambiar al niño en su persona, ni en su carácter. Pero sí influir para que él cambie sus actitudes. Recuerdo un niño de estos catalogados en el Instituto como «caso perdido». Carlos era un adolescente de pose, de los que llevaba al límite a profesores y padres. Cuando su madre me lo trajo al taller me dijo: «A ver lo que puedes hacer con él, es un caso perdido». Carlos tenía tanta necesidad de atención que constantemente hacía cosas para tenerme en vilo y no podía atender a los demás niños del taller. Un día llegó al límite de verdad: tapó con barro la chimenea del horno de forma que los gases se estaban acumulando en el interior. Gracias a Dios, se me ocurrió mirar el horno que no subía de temperatura como era lo normal y entonces me di cuenta de lo que ocurría. Carlos era tan inocente que cuando yo dije quién había sido, él confesó esperando la risa de sus compañeros. Yo tengo fama de no alterarme nunca, es muy raro que yo grite en mi trabajo, pero aquel día me asusté tanto que subí el tono de voz de forma inconsciente: «Carlos, hemos podido morir todos. El horno era una bomba a punto de estallar que tú habías hecho. Podíamos haber muerto por tu tontería». Yo perdí el control gritando. Alguna niña comenzó a llorar mientras yo seguía explicando lo que habría pasado con aquella bomba. Entonces, Carlos reaccionó de la forma más imprevisible: se echó a llorar delante de todos los demás chicos y le debió dar tanta vergüenza que salió del taller corriendo. Al día siguiente, para mi sorpresa, Carlos volvió a clase, yo no lo esperaba, se sentó en su mesa y comenzó a hacer cerámica. Fue increíble, a partir de entonces no faltó ni un solo día a clase. Ha sido el único niño que me ha conseguido hacer un botijo. El día de la exposición, Carlos recibió una mención especial del Instituto por sus obras. Obras supercreativas. La última vez que le vi, me dijo que iba a hacer Bellas Artes.
 
Esto hemos de asimilarlo, debemos aceptar al niño tal y como es. Dice un proverbio holandés: «No podemos impedir el viento, pero hay que aprender a hacer molinos». Debemos enmendar sus errores, pues en ningún momento estoy hablando de permitir pecados o malas actitudes que hay que corregir, lo mismo que yo corrijo una vasija o le doy un cacharrazo y vuelvo a amasar y modelar. Pero podemos coger sus puntos fuertes y potenciarlos, y aun sus defectos y hacer que se vuelvan algo positivo. Un niño cabezota puede ser muy tenaz y perseverante y hacer obras que requieran más tiempo y paciencia. Carlos era tozudo y perseverante como el que más.
 
Por el contrario, un niño inquieto debemos potenciar su lado más expresivo y espontáneo; son muy buenos para inventar ideas, por supuesto ideas que otros llevarán a cabo. Pero todo niño es válido aunque nos parezca un caso ya perdido, así como pasado por fuego. Y orar para que Dios nos dé sabiduría en como tratar a estos niños. El cambio verdadero vendrá a su vida cuando se convierta al Señor, y solo El, el gran Alfarero hará que el niño cambie su corazón y sea un ser redimido.
 
Podemos ser piezas de barro que en algún momento de nuestro proceso, por el largo recorrido de nuestra vida, acabemos rotas y deformadas, y así lo reconozcamos. Pero entonces el Gran Alfarero puede volvernos a transformar en masa moldeable y hacer de nosotros un vaso nuevo, mejor aun que el anterior. O podemos ser personas orgullosas que van directamente al horno con su pecado y necesitan el fuego del espíritu para que al salir de la prueba no tengan más remedio que ser desmenuzadas y transformadas en barro refractario y de esta forma ser más fuertes y útiles para el Reino. Terminamos, pues, con un principio.
 
Principio: ningún niño es un caso perdido.
 
Nuestra labor es ayudar y espero que estas pinceladas de mi experiencia os puedan ayudar a vosotros a ver al niño como un ser precioso, como una obra de arte, que nosotros estamos ayudando a moldear junto a sus padres y, por supuesto, junto a Dios. Es todo un privilegio… y también un desafío.
 
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*Nota de la autora: todos los nombres propios de las historias (excepto los de mis hijos) que aparecen han sido cambiados para preservar su identidad.

 


 
18aDe familia alfarera y graduada en Artes con las especialidades en Cerámica, en Vaciado y en Interiorismo, Ana Jiménez Díaz centra su actividad profesional en la escultura y la cerámica artística, trabajo que compagina con exposiciones y talleres didácticos, así como conferencias y ponencias impartidos por toda la geografía española. Colabora, además, en campamentos de verano para niños y jóvenes y en proyectos de terapia a través de la cerámica destinados a personas discapacitadas. Como investigadora en los procesos de elaboración de cerámica antigua imparte talleres a colectivos relacionados con la arqueología, cultura clásica y semiótica. Es además coautora del libro Arte y significación editado por la Universidad de Jaén. Tras 19 años viviendo en Guadix (Granada), actualmente vive con su marido y sus tres hijos en Salamanca.
 


 
Esta conferencia se impartió el sábado, 18 de marzo de 2017, en el Colegio Mayor Arzobispo Fonseca, de la Universidad de Salamanca, dentro del programa de la VI Jornada Nacional de Godly Play.
 
© 2017 Ana Jiménez Díaz