La espiritualidad como parte natural de la infancia

Rebecca Nye
 

por Rebecca Nye

 
Después de algunos años como psicóloga del desarrollo, he pasado casi 25 años estudiando la espiritualidad de la infancia. A veces es difícil explicar a qué me dedico. A menudo, las personas piensan que estudio la infancia de niños extraordinarios, pequeños santos como Catalina de Siena, de quien se dice que tuvo su primera visión de Cristo a los cinco años, viendo a Jesús sonreírle, bendecirle y elevarle en éxtasis. O bien, la gente supone que mi área de especialidad trata de involucrar a los niños en prácticas espirituales extraordinarias: hablar en lenguas, profecía, compromiso… O que soy experta en fomentar en los niños la oración. Incluso, de vez en cuando, la gente piensa que si estoy interesada en la espiritualidad de los niños, significa que me dedico a recopilar casos de niños peculiares; por lo que comparten anécdotas conmigo sobre su sobrina, muy abierta a la trascendencia, o su nieto, que retransmite mensajes de su abuela fallecida.
 
Sin embargo, la creciente comunidad de investigación académica demuestra que la espiritualidad de los niños no es algo esotérico, ni exclusivo de niños precoces. Además, no está limitado a ejercicios religiosos especiales, ni a las vidas tempranas de los santos. En este artículo se presenta mi visión, que considera la espiritualidad como parte natural de la infancia, y que analiza qué implicaciones tiene esta realidad para ayudar a los niños en el hogar, en la iglesia y en la escuela.
 
¿Qué es la espiritualidad?
Por supuesto, es difícil determinar exactamente el significado de “espiritualidad” y, cuando algo es difícil de entender, los adultos generalmente tratamos de explicarlo buscando las mejores palabras en una definición. Sin embargo, para la espiritualidad, el lenguaje verbal no es necesariamente el mejor enfoque, sino que a menudo se puede transmitir mejor con un lenguaje no verbal, desde los sentimientos o la intuición.
 
Experimentar la espiritualidad no depende de lo que podemos explicar con palabras o de cuánto entendemos, es más nuestra capacidad de estar: la manera en la que Dios está con nosotros y nosotros con Dios. Por tanto, la manera de tratar y fomentar la espiritualidad de los niños y jóvenes podría describirse simplemente así: reconocer y apoyar la forma en la que Dios está con ellos y la forma en la que ellos están con Dios.
 
Tomar conciencia de esto puede ayudarnos, como cristianos, a recordar que la espiritualidad comienza en Dios; no es algo que los adultos (padres, maestros, líderes de la iglesia) tienen que iniciar. Dios y los niños tienen su propia forma de estar juntos, porque así es como Dios nos ha creado. La dificultad viene al tratar de apreciar y comprender los modos ambiguos y diversos que pueden tomar esas “formas” cuando se presentan, porque muchas de ellas pueden suceder en contextos muy comunes, incluso delante de nuestras narices.
 
Conciencia espiritual en la infancia
La mayoría de los estudios de investigación han determinado que la espiritualidad es común y natural en los niños de todos los credos e incluso de ninguno. (1) Esto incluye las experiencias de los niños en momentos especiales de iluminación, el sentirse cerca de Dios o su propio sentido de lo que es sagrado, su inclinación al cuestionamiento espiritual, y sus esfuerzos para dar sentido y configurar una cosmovisión espiritual. A veces, esto se encuentra en las conversaciones espontáneas de los niños, especialmente cuando son capaces de hablar libremente en lugar de responder a preguntas y sentir cierta presión. Por supuesto, a menudo no usarán el mismo vocabulario que nosotros, ni de la misma manera. Pero en la espiritualidad de cualquier edad, la autenticidad importa mucho más que las convenciones. A menudo esta conversación espiritual y natural consiste en que los niños exploran problemas en los límites de su comprensión; implicándose desde su punto de vista en cuestiones existenciales e insondables sobre la muerte, la soledad, la identidad, la libertad, los propósitos y el sentido.
 
Como muestran los ejemplos en el cuadro adjunto, la conciencia espiritual de los niños tiene un carácter claramente relacional: surge o pone su atención en las relaciones profundamente arraigadas entre ellos y las personas, el mundo, su yo interior y Dios. Mientras los intereses espirituales adultos pueden tener tendencias bastante individualistas o incluso narcisistas, las formas espirituales de los niños como “conciencia relacional” son otra forma en la que la infancia demuestra estar bendecida.
 


Conciencia relacional niño-personas
“Creo en el amor de Dios (pero no en Dios)… así que podemos amarnos unos a otros…” (6 años)
 
Conciencia relacional niño-mundo
“Tal vez tenemos que preguntar a las nubes (sobre el origen y la continuación de la vida). Las nubes han estado allí millones y millones de años… y debe haber un lugar, de alguna manera… como cuando nacen las flores, ¿de dónde vino el viento para tirar todos los pétalos y hacerlos caer en el suelo y hacer más?… (susurro) Es un misterio.” (10 años)
 
Conciencia relacional niño-consigo mismo
“Cuando estaba siendo grosero con mi mamá y estas cosas… (pausa) me sentí como una persona nueva. Salí de algo… como… no sé lo que está mal conmigo, pero soy una nueva persona y no voy a ser grosero con mi mamá. Te hace sentir realmente, realmente bien en realidad.” (10 años)
 
Conciencia relacional niño-Dios
“A veces me siento muy sola cuando me encuentro con Dios porque no puedo verle ni oírle, solo pienso en Dios, me siento realmente sola, así que también me gusta estar con personas a veces.” (10 años) (2)


 
Hay investigaciones sobre la aparición de la espiritualidad en el juego libre de los niños, en su expresión artística o en sus reacciones físicas, como por ejemplo cuando están profundamente calmados o silenciosos, o inesperadamente centrados, o alegremente exuberantes. (3) Según mi experiencia, la espiritualidad de los niños a menudo se revela como un tipo de reacción no buscada, como algo realmente genuino o personal. Por ejemplo, un día de Navidad cuando mi hija tenía cinco años, su respuesta a toda la alegría, regalos y atención de nuestros parientes fue retirarse un rato a su habitación y sentarse tranquilamente a dibujar y recortar, sin usar ninguna de las cosas nuevas que había recibido. Más tarde descubrimos que había estado haciendo un dibujo de Jesús, no en el establo, sino en la cruz, no sobre nuevas de gran gozo y regalos, sino de alguna manera consciente de gran tristeza y sacrificio.
 
Cabe destacar la capacidad del niño para hacer una contribución a la espiritualidad del adulto, en lugar de suponer que siempre es al revés. De hecho, este ha sido el enfoque de dos de mis estudiantes de doctorado, el doctor Steve Dixon y la reverenda Trudy Morris, que han estudiado la manera en que los niños pueden influir en el camino espiritual del adulto y cómo la espiritualidad de los niños puede enriquecer la celebración de la Eucaristía.
 
Está claro que la espiritualidad de los niños a menudo opera a un nivel no verbal, en el arte, el juego, el movimiento y a través de lo sensorial. Estar en sintonía requiere una mentalidad abierta y la intención generosa de poder ver o imaginar la posible profundidad que reside en la experiencia, aparentemente sin importancia, de un niño. Esto también puede ayudarnos a redescubrir poderosos momentos no verbales de perspicacia o expresiones de espiritualidad a cualquier edad, más allá del modo predeterminado del lenguaje verbal de los adultos. Una vez más, los niños tienen naturalmente una ventaja espiritual por su aguda capacidad, sensible a la comunicación no verbal y a la percepción intuitiva, y un respeto instintivo por el conocimiento inefable y noético. El teólogo e investigador de Godly Play, el reverendo Jerome Berryman, recuerda un momento en su propia infancia:

“A pesar del paso de cinco décadas todavía está vivo. Tenía cuatro o cinco años y estaba viviendo con mi abuela cuando sucedió. A la hora de dormir fui hasta la cama de mi abuelo, él estaba fuera de la ciudad. Mi abuela tenía artritis y caminaba con muletas, así que ella se metió en la cama con dificultad y apagó la luz. Recuerdo la cálida oscuridad y el tictac del reloj.
 
Las sábanas limpias me protegieron. El olor familiar de la habitación me hizo sentir seguro. Me sentí tan vivo que mi piel hormigueaba. Los músculos se movieron por el puro placer de sentir su respuesta. Me estiré. De repente, sentí como si una enorme puerta se abriera frente a mí, no había nada allí, nada en absoluto, ni luz.
 
‘¡Abuela! ¿Por qué tengo que morir?’
 
Las palabras de mi abuela se han borrado con el tiempo, pero su presencia en la oscuridad todavía está conmigo. Ella me puso en contacto con una presencia mayor que parece crecer hasta el día de hoy. Esta fue mi introducción a una especie de conocimiento que no he aprendido en la escuela o en la iglesia. Es un tipo remoto de conocimiento que pone a todos los demás tipos de conocimiento en perspectiva”. (4)

Es importante destacar que un tema recurrente en la investigación ha sido la sugerencia de que cuanto más jóvenes somos, más naturales son las características de la espiritualidad en nuestra experiencia. Por ejemplo, según un amplio estudio, en comparación con los adultos, los niños de 11 años duplicaron el número de momentos en los que reconocían sentirse cerca de Dios; y los niños de siete años aún más. En otro estudio, aproximadamente uno de cada cuatro adultos contó que su experiencia espiritual más significativa sucedió en la infancia. Casi parece que a medida que crece nuestro conocimiento religioso o de otro tipo, nuestro conocimiento y sentimiento espiritual disminuye.
 
En mis trabajos de investigación muchos niños afirman que tienen que ser muy discretos sobre su espiritualidad, porque normalmente es desestimada o marginada por los demás, incluso en el curso de su formación religiosa convencional. Entonces, cualquier enfoque para educar la espiritualidad necesita conocer a fondo lo que ya está allí y lo que ocurre. Al igual que en la dirección espiritual con adultos, ayudar a los niños o jóvenes en su camino espiritual significa respetarlos y permitirles ser quienes ya son, en lugar de tratarlos como un proyecto cuyo objetivo es fabricar a más personas “como nosotros”. Tal vez, como adultos, cuando procuramos avanzar hacia la madurez espiritual, deberíamos volver a conectar con las características de la espiritualidad en nuestra infancia, para entrar en el Reino haciéndonos niños.
 
Tradicionalmente nos hemos acostumbrado a ver la infancia en términos de las limitaciones o restricciones que sufren: la falta de conocimiento y la limitada comprensión que los niños suelen tener en la mayoría de las áreas. Sin embargo, en términos de espiritualidad, la infancia se distingue por sus capacidades especiales, sus fortalezas y sensibilidad. Esto requiere una reconsideración en gran medida de nuestra mentalidad y prácticas. De hecho, desde mi punto de vista, las necesidades espirituales creadas por las características ahora bien reconocidas de la infancia, requieren cambios realmente radicales. Si partimos de la premisa de que todos los niños conocen la presencia misteriosa de Dios, entonces la educación cristiana necesita convertirse en un proceso continuo y profundamente creativo de apoyo a los niños para que sean cada vez más conscientes de esa presencia, encontrando un lenguaje compartido.
 
Esto debe incluir oportunidades para entrar y explorar tanto el lenguaje religioso convencional como el natural, el verbal y el no verbal (incluyendo el propio lenguaje «nativo» de los niños: el juego). Así que, en lugar de enseñar la Biblia, contar historias, o trasmitir únicamente conocimientos, se necesita dar más apertura al poder y a la voz de la historia y del niño, y a alcanzar profundidades que ningún plan de estudios podría haber previsto.
 
Estos son los principios del enfoque bíblico conocido como Godly Play, en el que el niño y el adulto están invitados a “entrar” en la historia juntos, no para entretenerse o informarse, sino para encontrar y responder a Dios. Quizá el cambio radical que esto representa se resume en el recordatorio de Sofía Cavalletti, “el único maestro en la sala es Cristo”.
 
Necesidades espirituales
Las características de la espiritualidad infantil sugieren tres necesidades espirituales que probablemente se aplican de igual modo en el hogar, la iglesia y la escuela.
 
1. Los niños necesitan ser escuchados
Las conversaciones cara a cara, dirigidas por los mismos niños y usadas en la investigación, parecen muy interesantes, y al tiempo extrañas, para muchos niños. Significativamente, algunos estudios de investigación revelan que, habiendo disfrutado al charlar sobre su espiritualidad, los niños a menudo son incapaces de pensar en alguien con quien tener una conversación similar, sin miedo al ridículo o a que le digan «no es momento» para ese tipo de cosas. Probablemente algunos adultos temen la situación en la que los niños plantean “preguntas importantes” o tocan temas como la muerte, el mal o lo sagrado, y sin saber qué decir sugieren al niño que debería hablar con alguien más experto. De hecho, los adultos con menos conocimiento de contenido espiritual pueden ser más adecuados para escuchar, pues no tienden a hablar, dirigir o interrumpir la articulación vacilante o las ideas no convencionales de los niños.
 
Lo realmente importante en la escucha espiritual de conversaciones dirigidas por los niños es crear seguridad e intimidad, especialmente en grupo. Esto requiere evitar cuidadosamente juicios y favorecer que los niños estén abiertos a emplear el humor, la evasión, los silencios y, a veces, la subversión, para que puedan examinar y expresar honestamente lo que les hace maravillarse.
 
2. Adultos humildes y respetuosos
La segunda necesidad espiritual que tienen los niños es la presencia y el respeto de los adultos. Con demasiada frecuencia el poder de los adultos puede dificultar sus encuentros con los niños, pues, a menudo, nuestra presencia puede ser controladora y exigente. Sin embargo, los niños prosperarán cuando los adultos sean más cuidadosos con el uso de su poder y experiencia, cuando haya igualdad de condiciones en lo espiritual. Montessori argumentó que podremos ver mejor la verdadera naturaleza de los niños, su espiritualidad, cuando nos coloquemos con un espíritu de humildad y respeto en relación con ellos. De hecho, parece que Jesús dice esto también. En vez de enfocar el cuidado espiritual como una tarea principalmente de informar o cambiar al niño, podríamos verlo más como una oportunidad privilegiada para vislumbrar su visión de Dios, ya que “sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18,10).
 
3. Espacio de calidad
Es la tercera necesidad básica que surge de la espiritualidad significativa de los niños. Esto puede significar “espacio” alrededor del niño en muchos sentidos: físico y visual, espacio emocional y auditivo (5)  Algunos niños hacen o encuentran su espacio para el trabajo espiritual: refugios, árboles, escondites, retiros, un columpio, una colección de cosas especiales… todo puede convertirse en “tierra santa”. Los adultos deben ser sensibles, no intrusos o analíticos al visitar tales espacios, pero también podrían considerar cómo asegurar que el espacio del hogar, de la iglesia o el de la educación sea el mejor posible para los niños.
 
Un espacio caótico, sobreestimulante, con frecuentes cambios o superpoblado, tiene pocas posibilidades de ayudar al niño a cultivar su espacio interior, o de valorar la existencia de esa parte del niño. El espacio emocional está relacionado con el cultivo de una presencia adulta apropiada, a saber, aquella en la que se respeta la autonomía e iniciativa del niño para estar con Dios a su manera. Esto, a menudo, requiere apartarse para dar al niño espacio y tiempo para procesar las cosas a su manera a expensas de lograr un resultado o un producto peculiar.
 
Finalmente, debemos dejar tiempo para el silencio. El espacio auditivo puede también contribuir a satisfacer las necesidades espirituales de los niños. En la mayoría de los hogares hay una carencia de experiencias positivas de silencio, así como en los entornos educativos e incluso en la formación religiosa de la iglesia, este tesoro de la tradición cristiana está infrautilizado, aunque se ha sugerido que “los niños son más hábiles, están más preparados que los adultos para descubrir el secreto que solo se escucha en el silencio”. (6) Ofrecer un espacio con menos ruido a los niños se logra, en primera instancia, simplemente de modo intencional por los adultos, hablando menos, con más pausas para la reflexión. Guardar un momento de silencio también puede ser una señal de respeto y presencia, para indicar la calidad especial de algo que el niño ha dicho o hecho. Enseñar el uso del silencio de una manera más formal también puede contribuir al reconocimiento de «ser» sobre el hacer, y ayuda a los niños a deleitarse en la riqueza del conocimiento no verbal.
 
En definitiva, reconocer las fortalezas de la espiritualidad de los niños y dar con sus necesidades es desafiante, y sin el enfoque de Berryman, estaría mucho menos segura de cómo aplicar esto a mi práctica como madre o maestra. Sin embargo, es un área que me da una gran esperanza: tanto por su potencial para apoyar el camino espiritual de los niños de forma que pocos de nosotros hemos experimentado, como también por sus posibilidades de renovar aspectos de la vida espiritual adulta.
 


 
NOTAS
 
1. Incluido mi propio trabajo en D. Hay and R. Nye, The Spirit of the Child (London: Jessica Kingsley Publications, 2006).
2. Extraído de R. Nye, ‘Spiritual Strengths of Young Children’, in C. Trevarthen (ed.), The Child’s Curriculum (Oxford: Oxford University Press, 2018).
3. J. Berryman, Godly Play: An imaginative approach to religious education (Minneapolis: Augsburg Press, 1995); S. Cavalletti, The Religious Potential of the Child (Chicago: Liturgical Training Press, 1993); C. Walton, ‘Childhood awaits every person’, International Journal of Children’s Spirituality 20.1 (2015), pp. 4–14.
4. J. Berryman, ‘Teaching as presence and the existential curriculum’, Religious Education 65.4 (1990), p. 509.
5. R. Nye, Children’s Spirituality: What it is and why it matters (London: Church House Press, 2009).
6. Walton, ‘Childhood’, p. 11.
 


 
La doctora Rebecca Nye es autora, formadora-consultora de espiritualidad infantil y profesora de Psicología Infantil. Su trabajo se basa en sus estudios de investigación con alumnos en edad escolar que han marcado un hito en este campo. En 1998 introdujo en el Reino Unido el método llamado Godly Play, que consiste en desarrollar la atención espiritual a través de la Biblia, y actualmente es coordinadora nacional de los programas de formación y desarrollo de Godly Play en el Reino Unido (www.godlyplay.uk).
 
Fuente
Spirituality as a Natural Part of Childhood‘ by Dr Rebecca Nye ©2017 The British and Foreign Bible Society
Traducido al español por Godly Play España ©2018
Usado con permiso
 

 
Lee este artículo en la REVISTA ESCUELAS CATÓLICAS (diciembre de 2018)