El círculo en Godly Play / 1

 

JEROME W. BERRYMAN

 

Introducción

 

El círculo es una figura básica en el mundo y en nuestra imaginación. Si aumentamos progresivamente el número de lados de un polígono, se va aproximando poco a poco a un círculo. Pero nunca llegaremos a conseguir un círculo perfecto,  ni siquiera con un número infinito de lados cada vez más pequeñitos. Un círculo es distinto. Evoca un sentido de maravilla y misterio por su redonda plenitud.

Las tribus indígenas que vivían en las grandes llanuras norteamericanas comprendían bien el misterioso poder de los círculos. Vivían en tipis circulares y se juntaban en círculos alrededor del fuego. La importancia de esta forma en su sociedad puede observarse en una antigua fotografía, tomada a finales del siglo XIX, que muestra un amplio grupo de indios esperando la entrega de suministros en una reserva. Sin embargo, no esperan en fila, como nosotros hubiéramos hecho. Ellos esperan, con sus familias y caballos, en un enorme círculo.

Los círculos han sido importantes para los seres humanos durante milenios. Aparecen en antiguas pinturas rupestres y se hallan grabados en los menhires (piedras verticales) donde las primeras gentes adoraban y sanaban. Algunas veces incluso las propias piedras se colocaban en círculos –como en el famoso caso de Stonehenge en Inglaterra– para armonizarse con los eventos estacionales cósmicos, para sanarse, para el reposo de los ancestros que habían muerto o para otras razones.

Los círculos articulan el cielo como una bóveda redonda puesta encima de nosotros. Reconocen que estamos en medio de un círculo asomándonos al mundo, cada cual en el centro de la circunferencia de nuestro horizonte. Los círculos nunca terminan cuando uno viaja alrededor de su circunferencia. En el contexto de la iglesia cristiana, el paso anual de las estaciones está marcado por el círculo del año litúrgico. La primera lección de Godly Play después de las vacaciones de verano suele ser ‘El círculo del año de la iglesia’.

 

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La copa y la patena sagradas, usadas en la ceremonia cristiana de la comunión o eucaristía, también son círculos de poder. Los griegos tenían su krater (copa), que representaba la matriz de la creación. En la antigua Grecia, la deidad vertía los elementos de la vida en este cuenco divino y de él salía energía creativa. Las razas celtas tenían su caldero, un cuenco para el renacimiento, la inspiración y la plenitud. La búsqueda del Santo Grial empezó con la Mesa Redonda en Camelot, y terminó con el círculo del cáliz, la copa de la sanación y la nueva vida. Los bautismos cristianos frecuentemente se realizan usando una pila redonda de piedra o un cuenco de plata que sirve de recipiente para el agua bautismal de regeneración.

Mucho puede decirse acerca de la importancia de sentarse en círculos para escuchar historias. Piensa en ponerse alrededor de la fogata de campamento en una fría noche en las montañas, formar un círculo alrededor del fuego en la pradera bajo las estrellas, o sentarse cerca del agua corriente en un círculo y simplemente escuchar. Reunirse en un círculo junto al fuego en un ambiente natural estimula recuerdos ancestrales en nuestros huesos. Debería ser así. La verdad se transmitía de este modo de generación a generación desde los albores de nuestra especie. Aunque la mayoría de personas ya no se sientan alrededor del fuego para contar historias, los relatos ancestrales que se contaban en aquellos círculos continúan formando nuestras identidades actuales, en nuevas maneras.

Cuando nos sentamos con nuestros niños en un círculo de Godly Play para contar historias de verdad y poder, también nosotros formamos parte de esta tradición ancestral. Cuando las historias salen del narrador los cuerpos de los niños empiezan a armonizarse con este modo de comunicación ancestral. En lugar de una fogata, colocamos en el centro una historia sagrada, una parábola o una imagen de la acción litúrgica. O si no, nos sentamos a contemplar la presencia de Dios que permanece en medio nuestro, en el silencio entre las palabras. Poner la «lección” en el centro muestra también que todos estamos a la misma distancia de la verdad suprema y que no es la posesión exclusiva de nadie, ni siquiera del educador. Dios está mucho más allá de nosotros y, a la vez, está tan cerca como el centro del círculo o incluso dentro de nuestra propia piel.

 

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Todos los presentes en el círculo, incluido el narrador, vienen a las lecciones con la misma necesidad de introducirse en ellas. El narrador presenta la historia o la parábola, demuestra la acción litúrgica o guía la contemplación y el tiempo de reflexión. Sin embargo, la parte más importante de esto es la acción misma y la presencia del narrador, que modela para los niños cómo entrar en el lenguaje de la lección. Este es un caso donde lo omitido es más importante que lo dicho.

La sabiduría de los siglos nos transporta cuando uno tiene comunión con otros, de modo que se invita a los niños a entrar en la presentación y sacar significado en comunidad. Aprenden a usar el lenguaje usándolo. Como cualquier arte, uno necesita aprender practicando. Los pintores tienen que pintar. Los niños tienen que usar el lenguaje para sacar significado para así aprender el arte de hacerlo. Según los niños aprenden cómo se hace, los adultos en la sala se vuelven como niños otra vez aprendiendo de los pequeños. Todos viajan juntos en su búsqueda de la verdad. La presencia de Dios no se puede dar en pequeñas y dosificadas cucharadas. Viene cuándo y dónde quiere. “Se le llame o no se le llame, Dios estará presente”, como dice el viejo refrán. Por lo tanto, invitar a los niños a entrar en un círculo lleva consigo una riqueza de significado que es ancestral, profunda y que todavía hoy tiene poder. No puede reducirse a una cuestión de mera técnica o “gestión de clase”. Es por eso que este acto aparentemente simple merece nuestra cuidadosa atención.

En los siguientes artículos en esta serie, se enfocarán cinco aspectos de trabajar con niños en un círculo. Primero, se describirán algunos métodos para establecer el círculo para que funcione correctamente. Segundo, se hablará de la propia lección. Tercero, se hará referencia a la importancia de reflexionar juntos y se relacionará con las cuatro funciones de la comunicación cristiana: historias sagradas, parábolas, acción litúrgica y silencio contemplativo.

También se admite que a pesar de todo nuestro mejor empeño en establecer el círculo cuidadosa y meticulosamente, en dar la lección con arte y fluidez y en hábilmente guiar a la comunidad de niños a que reflexionen, aun así habrá interrupciones en el círculo. Se hablará de cómo convertir estas interrupciones en aprendizaje y, finalmente, hablaremos de la integridad ética de la clase.

 


 

Tomado y adaptado del capítulo 3 del libro Teaching Godly Play. How to Mentor the Spiritual Development of Children  (Enseñando Godly Play. Cómo guiar el desarrollo espiritual del niño); Denver: Morehouse Education Resources (2009)

Traducción: Helcai Fibla

Revisión y adaptación: David Pritchard