La ponencia principal
de la II Jornada Nacional de Godly Play, que tuvo lugar el pasado 2 de marzo de 2013 en el Colegio Mayor Fonseca de la Universidad de Salamanca (USAL), corrió a cargo de Alfredo Pérez Alencart, poeta peruano-salmantino, profesor de la
Universidad de Salamanca y miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la
Poesía. Poemas suyos han sido
traducidos al alemán, inglés, italiano, portugués, ruso, árabe, rumano,
indonesio, búlgaro, estonio, hebreo, serbio, coreano y vietnamita.

Mientras esperamos el texto completo de la ponencia, publicamos aquí un resumen de la misma.

POESÍA
DE LAS PARÁBOLAS

Vuelta al asombro reverente de los niños

 

“Si no os hacéis como niños…”. De eso depende, del
asombro y del respeto profundo sobre el misterio de Dios, para poder anunciar
el Reino, para poder entrar en él. Hemos querido olvidar ese deseo expreso de
Jesús y prácticamente lo hemos legalizado todo, con un lenguaje dogmático que
genera repetidores a mansalva, que no escudriñadores, que no vivificadores del
poderoso mensaje del Hijo, de Aquél que hizo decir a Juan: “Jamás nadie habló así”. No desdeño lo repetitivo como
método pedagógico, pero la nueva evangelización debe ser original. Quiero decir, debe volver a los orígenes, y enseñar (a
esos niños que serán mayores) tal y como principalmente hablaba el Amado: en
parábolas o con un lenguaje impregnado de Poesía.

Y porque todo empieza en la infancia, acepté la
invitación de David Pritchard. No fue fácil, pues no soy (ni deseo ser) teórico
y tampoco tengo experiencia como profesor de niños, aunque mucho me relaciono
con ellos, como saben quienes me conocen de cerca. Mi aprendizaje sigue siendo
el de un simple poeta que tiene a Cristo como uno de los temas esenciales de su
escritura poética. Pero me convenció el hecho de haber participado en una
sesión de Godly Play, organizada por los profesores de la Escuela  Dominical de mi iglesia salmantina de Paseo de
la Estación. 

Hacer pensar, dejar abiertas las posibilidades de
resolución, ir por el diálogo hacia la verdad…, las Parábolas. Al niño, desde
temprano, debe hacérsele sentir la emoción y la proyección poética de las
palabras: el niño confía en el poder de sugerencia de las mismas, se proyecta
con ellas, supera angustias, espera milagros, trasciende ideas fijas. El niño y
el poeta comprenden la absoluta potencialidad recreadora de las palabras,
aquella que crea puentes para salvar el manido lenguaje rutinario y su
significación más plana.

Y si Jesús decía. “Si no os hacéis como niños…”,
aquí conviene recordar lo que Miguel de Unamuno escribiera, desde Salamanca, en
una carta dirigida al poeta Rubén Darío:

 

“Yo he creído siempre que el
poeta es quien conserva eterna niñez –no sólo ya juventud– en su espíritu.
Desconfío de los hombres que no llevan a flor de alma los recuerdos de su
infancia… Usted, un poeta, y como tal un niño grande, va a la tierra de su
niñez, y yo espero de este viaje un nuevo manantial de inspiración”
(10-11-1907).

La vida no puede concebirse
si el Dios-Padre no es poeta, si el Dios-Niño no es Poesía, Verbo carnalizado,
el acto poético más perfecto de toda su Creación, la gran Belleza. Nosotros
solo somos versos, mejores o peores, Vida que se hace palabra en nosotros.
Los cristianos pareciéramos tener temor a pronunciar la palabra
“Poesía”. Es inexplicable, pues desde Génesis a Apocalipsis la Biblia traslada,
en lenguaje poético, buena parte de la voluntad de Dios y los avatares que
pasaron sus hijos. Y no me refiero solo a los Salmos y demás libros
poéticos-proféticos-sapienciales. También en la parte histórica o en los
Evangelios hay pasajes escritos con esa temperatura del lenguaje perdurable,
que permite innúmeras exégesis, duración definitiva. La poesía es el lenguaje
de fundamental, el que viene desde el principio de los tiempos, aquel donde
podemos oír la voz más profunda. No siempre es sinónimo de Belleza, no siempre
se recrean situaciones idílicas. Les recuerdo, por ejemplo, unos versos que
escribiera el poeta-profeta Jeremías: “La lengua del niño de pecho/ se pegó a
su paladar por la sed;/ Los pequeñuelos pidieron pan,/ y no hubo quien se lo
repartiese.// Los que comían delicadamente/ fueron asolados en las calles; Los
que se criaron entre púrpura/ se abrazaron a los estercoleros”. En la buena
Poesía, como sucede en la Biblia, cabe lo visible y no visible del ser humano;
la irradiación de Dios y la otra realidad que muchas veces obvian los ateos,
pero también ciertos creyentes esquemáticos, más próximos a un programa de
ordenador que a las preguntas que suscitan la dimensión de los divino.  
La hermenéutica ha intentado
múltiples métodos para interpretar las parábolas, pero ninguno agota su
lectura, ninguno lo roza de lleno. Y es que Jesús es la parábola de Dios, su mejor Hechura, Poesía de cuyas semillas
(parábolas) germinan la apertura de los sentidos y nuestra reverencia
maravillada.
Las parábolas son unos
magníficos relatos poéticos y resultan alimento sapientísimo para los niños. De
eso quiero hablarles, de sus verdades abiertas, de sus escasas alegorías para
evitar el uso equivocado por quienes sienten amenazado su pensamiento
historicista, teológico o filosófico. Los niños y los mayores que se vuelven
como niños entienden las parábolas como unas sendas que allanan la marcha hacia
otra realidad, plena de Amor y de Esperanzas, de esa cercanía que Jesús
imprimió a sus actos, en la calle, en el campo, compartiendo, dejando
participar a los oyentes, haciéndoles agentes del cambio, portavoces de la
Buena Nueva.
Jesús presentó su Palabra de
Reino haciendo uso de la poesía de sus parábolas, las cuales no son un mero
atavío del Cuerpo, sino la piel del mismo. No son algo complementario sino
Savia de Él mismo, Poesía hecha carne, Asombro ante una Vida que llena todo
nuestro ser.
Que los niños asuman,
interpreten y culminen esas parábolas dichas por Jesús. Así es el
descubrimiento del Reino: un tesoro que se evalúa mejor en el corazón de los
niños, alejados de todo cálculo.
Termino esta presentación con
unos versos de Fernando Pessoa, un poeta no creyente, y por lo general algo
hermético en su escritura que, sin embargo, se vuelve tierno a la hora de
hablar de los niños, y honesto a la hora de reconocer al Jesús que hablaba en
Parábolas.
Grande es la
poesía, la bondad y las danzas…
Pero lo mejor
del mundo son los niños,
Flores,
música, la luna y el sol que peca
Sólo cuando,
en vez de crear, seca.
Más que esto
Es
Jesucristo,
Que no sabía
nada de finanzas,
Ni consta que
tuviera biblioteca….

Alfredo Pérez Alencart

(Fotos:  ©Rebeca Lagos)